Y después de internet...

Un lindo día de Marzo, me pongo mi vestidito azul y salgo a la calle. Río de Janeiro y Rivadavia es el destino, y un bar de por ahí.
Viajo en colectivo. Me bajo en el parque y me doy cuenta que llego tarde. Una parada antes y ya son las ocho. Qué tonta...
Entonces entre el caminar rápido y la ansiedad el corazón se me acelera. La caminata es la más larga del año. Eternas las veredas; no hay celular que reciba el aviso de la pronta llegada, y el peligro de la huida por el hartazgo puede arruinar el encuentro.
No importa. Me aguanto el miedo y llego.
Exactamente veinte minutos después de las ocho.
Entro. Todos los ensayos previos para el saludo caducan en el momento en que abro la puerta y lo veo esperando, sentado, aburrido quizás, ansioso o podrido, por qué no.
Creo que de mi cara sale una sonrisa un poco contenida. Creo que digo hola. Se levanta, nos damos un beso en la mejilla. El sonríe. ¿De nervios?.
Me siento y pido una Coca. Tienen Pepsi. Ok. Dudo. No sé. Bueno, dame una Pepsi. Él se pide un té.
Entre los primeros comentarios empiezan a haber risas y recuerdos de las charlas de sólo unos días (a escondidas).
Qué lindo que es, pienso.
Y comparto el secreto de desear trabajar de Sólo empanada.
Después de un rato sus piernas encierran las mías, pero no hay mantel.
Más arriba nos encerramos con los ojos.
Nos vemos, nos miramos, nos decimos;
acá hay muchos besos hablados.

Son las once.

basta de cursilerías por hoy.